No me gusta sentir que estaba equivocada.
No me gusta dar la razón.
Pero a la vida se la tengo que dar esta vez.
Y no solo eso, también tengo que darle las gracias.
Las gracias por haber hecho que me tropezara en ese atardecer de verano.
Las gracias por ponerte delante de mí justo cuando levanté la mirada.
Las gracias por la perfecta luz que iluminó ese momento.
Las gracias por el suave viento que hizo que me diera un escalofrío.
Las gracias por el primer cigarro y aquella cerveza fría que compartimos esa noche.
Ahora pongo aquel vinilo, que tanto te gustaba, con música de los 80, y pienso en tu cara apoyada en la barra del bar, en tus mejillas sonrojadas, en tus labios gruesos y rojos.
Escucho la canción.
La canción de esa noche.
La canción del resto de mi vida.
Sé que ahora todo esto son sólo viejos recuerdos.
Recuerdos demasiado hermosos pero muy dolorosos en el mismo segundo.
Pero me da igual, porque nunca me he sentido tan viva como aquella noche.
Nunca me he sentido tan llena de ilusiones, de esperanza.
Tan llena de felicidad.
Así que gracias.
Y sí, la vida tenía razón, te quiero.

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