U  N    B  R  I  N  D  I  S    Y    U  N    A  D  I  Ó  S
 

   Tú me enseñaste a valorar cada momento de mi vida enseñándome que las últimas veces también son maravillosas, sobre todo porque la mayoría de las veces no sabemos que lo son.
   La última vez que estuve contigo te levantaste de nuestra cama y te miré sabiendo que tú sabías que te estaba mirando. Caminaste por la habitación cutre de aquel motel de carretera, me miraste, y te sentaste de nuevo encima de la sábanas revueltas. Cogiste las dos copas y la botella de champán que teníamos en la mesilla, y me pediste un brindis por todos esos momentos que son inolvidables pero que no somos capaces de contarle a nadie ni de publicar en ninguna red social. Por los momentos que van a vivir por siempre únicamente en la memoria de las personas que los vivieron; en este caso tú y yo.
   Pero yo me sentía diferente en mi propia vida, una extraña en mi propio cuerpo, porque me acababa de saltar todas las reglas que me llevaban imponiendo desde que era pequeña; me sentía rara porque por primera vez estaba siendo yo misma.
   Y entonces, en el preciso instante en el que brindé contigo, te convertiste en la persona de la que hablan las canciones, te convertiste en la persona que busco en cada poema, en esa persona en la que pienso cada noche hasta que me quedo dormida. Y en mis sueños, cuando estoy en un mundo enteramente mío, vuelan por mi cabeza recuerdos de ti, y hay algunos que ni siquiera son reales, pero aún así son perfectos.
   Me despierto y salgo a la calle.
   Las personas pasan y pasan.
   Algunas me devoran co sus miradas frías, pero tú, a 10000km de distancia, pareces estar 100 veces más cerca que todas ellas.
   Ahora duermo con la camiseta que me prestaste aquella noche y a veces desprende una ráfaga de tu perfume; el mismo que espero oler un día por la calle, mientras la incertidumbre de saber si estás bien me va matando poco a poco y los perfumes solo se parecen.

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